UN REAL ANTOJO

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25 de marzo………………………….y entonces sucedió que……………………………..

………avatares de la vida y circunstancias inexplicables que en ocasiones se suceden en el acontecer de los mortales, se asociarían, para confabularse en contra del rey Felipe IV, verdadero adicto al sexo, al que de sus numerosas correrías nocturnas por la villa de Madrid y de su desenfrenada vida sexual se le atribuirían no menos de una treintena de hijos (algunos afirman que estos pudieron llegar a ser incluso cuarenta y seis), todos ellos habidos fuera del matrimonio, dejando, tan solo, un único heredero para la corona, el desdichado Carlos, a la postre Carlos II, conocido popularmente como “El Hechizado”.

La muerte a los diecisiete años del infante Baltasar Carlos, el 9 de octubre de 1646, dos años después del óbito de su madre Isabel de Francia, primera mujer de Felipe IV, obligaba a este a tener que buscar una segunda esposa para poder asegurar así su descendencia.

Curiosamente la elegida acabaría siendo la prometida del infante fallecido con quien se le había vinculado, Mariana de Austria, sobrina de Felipe IV, al ser esta hija de María Ana hermana del rey, con la que acabaría teniendo cuatro hijos, Margarita Teresa, Felipe Próspero, Fernando Tomás y el ya aludido Carlos que lo hacía el 6 de noviembre de 1661, cinco días después de la muerte del único hermano que le quedaba vivo Felipe Próspero a tres semanas de cumplir este los cuatro años de edad.

La Gaceta de Madrid se hacía eco del nacimiento del príncipe heredero al que de manera gráfica lo describía como un “varón robusto, de muy bellas facciones y cabeza bien proporcionada”, si bien, la realidad era bien distinta.

En una carta escrita por Jacques Sanguin, embajador de Francia enviada a Luis XIV, lo definía como “un ser de aspecto enfermizo y extremadamente débil, que presentaba en ambas mejillas una erupción de tipo herpético y que tenía la cabeza completamente cubierta de costras”, concluyendo con una descriptiva y rotunda afirmación, -“Asusta de lo feo que es”-.

Contaba el enclenque vástago tres años de edad, sin haber pronunciado todavía palabra alguna cuando fallecía su padre, el rey Felipe IV, dejando establecido en su testamento una regencia que recaía en manos de la viuda hasta ser declarado aquel mayor de edad en 1675.

 Curiosamente el mismo año en el que el Inquisidor General del reino, el cardenal Juan Tomás de Rocabertí llegaba a la firme convicción de que al rey lo habían hechizado ofreciéndole una taza de chocolate el 3 de abril de ese año de 1675, disolviendo en esta, sesos de un delincuente para quitarle la razón, entrañas para arrebatarle la salud y riñones para impedir su fértil reproducción.

Cumplidos los dieciocho, el principal problema a abordar sería el espinoso asunto de la cuestión sucesoria, habida cuenta de los innumerables problemas de salud que el monarca presentaba. La elegida acabaría siendo María Luisa de Orleans, un año más joven que Carlos, sobrina de Luis XIV (hija de Felipe I, su hermano menor), que ajena a lo que se le venía encima, recibía un retrato del rey español en el que falsamente se desatacaban sus «bellas facciones», y con quien finalmente contraía matrimonio en la localidad burgalesa de Quintanapalla el 11 de noviembre de 1679.

Vino María Luisa acompañada de un reducido séquito personal entre quienes se encontraba su dama de compañía, la marquesa de Villars, incluyéndose además un par de loros con quienes la reina se entretenía hablándoles en francés. Atrás quedaba el animado y colorido palacio de Versalles, en comparación con el lúgubre, oscuro y frío Real Alcázar de Madrid, con su rígida etiqueta que le prohibía, entre otros asuntos, poder asomarse a las ventanas, comer sola, organizar bailes o fiestas y una larga lista de restricciones, para aquella joven de apenas diecisiete años de edad.

Al tedio y al aburrimiento se le añadían problemas entre los cónyuges para consumar el matrimonio y tener el tan deseado heredero por toda la corte, ajena a los problemas que en aquellos asuntos presentaba su monarca. Cuatro meses después de su unión matrimonial la reina continuaba siendo virgen.

La Corte española asignaba a la recién llegada, como camarera mayor, a la duquesa de Terranova, una cincuentona de fuerte carácter con la que pronto se vería que no hacían buenas migas, convencida además de que los loros de la reina la insultaban en francés cuando la veían.

Fue tanta la ojeriza que la duquesa tomó con aquel par de aves que, un día antes del decimoctavo cumpleaños de la reina, esto es, un 25 de marzo de un día como hoy, de 1680, mandaba envenenarlos.

Cuando la reina al entrar en sus aposentos descubría la muerte de sus dos loros, de sus queridos “perroquets”, salía enfurecida por los pasillos de palacio en busca de aquella de quien estaba convencida era la causante, la odiosa Juana, duquesa de Terranova, la cual se encontraba en unos de los salones departiendo alegremente, ante un nutrido grupo de nobles, que habían llegado de visita aquella misma tarde.

Cuando la reina vio a la duquesa, se dirigió hacia ella y sin mediar palabra alguna delante de todos los allí presentes, saltándose la rigurosa etiqueta protocolaria palaciega, le asestaba dos sonoras bofetadas, que le hacían tambalearse cayendo de bruces al suelo, ante el asombro generalizado del resto de los concurrentes.

Contrariada y acompañada de otras damas de la corte, la duquesa presentaba ante el monarca su queja manifestando sentirse humillada y ultrajada ante semejante ataque sin igual. Carlos II, ante la gravedad de lo acontecido, mandaba llamar a la reina para presentar oportunamente, de ser lo manifestado cierto, las pertinentes disculpas.

La reina, tras escuchar las alegaciones de la noble española, se llevaba las manos al vientre y dirigiéndose a su majestad en un tono dulce le espetaba, -“señor, ha sido un antojo”-, signo inequívoco de un incipiente estado de buena esperanza del que Carlos embargado por la mayor de las felicidades mandaba dar por concluido aquel asunto ordenando disponer su carroza para dirigirse a la virgen de Atocha de quien era un fiel devoto para agradecerle la buena nueva.

La duquesa de Terranova sería sustituida por otra Juana, de Armendáriz, duquesa de Alburquerque. La reina María Luisa no se quedaría embarazada durante los diez años que duró su matrimonio, falleciendo a los veintiséis años de un ataque de apendicitis.

El pueblo que acusaba a la reina de la falta de descendientes llegaría a escribir el siguiente verso;

-“Parid, bella flor de lis, en aflicción tan extraña, si parís, parís a España, si no parís, de vuelta a París”-.

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