7 DE OCTUBRE…UNA DE CALVOS

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7 de octubre……………………………………..y entonces sucedió que…………………

……..narraban los escritos bíblicos varios pasajes sobre la existencia de un hombre, nacido en el 1118 a.C. en Zorah (Israel), llamado Sansón, de recia figura y una fuerza descomunal, atribuida, según los referidos textos, a su larga cabellera, y que acabaría siendo traicionado por la bella Dalila, la cual cortando su espléndida melena, provocaba la pérdida de aquella fuerza bruta desmesurada.

Posiblemente esta historia junto a la de otros legendarios “melenudos” como Gilgamesh, rey de la ciudad de Uruk, en Sumeria, propagarían la análoga similitud entre fuerza y poder con la imagen de poseer unos largos cabellos, siendo por tanto la calvicie en el antiguo Egipto, Grecia y Roma, asociada, más a un signo de debilidad, que a otra cosa.

Y aunque en el antiguo Egipto la mayoría de la población ya solía rasurarse la cabeza, entre otros motivos para combatir aquel calor sofocante y evitar la propagación de las plagas de los molestos piojos, exhibir una larga cabellera natural era, sin lugar a dudas una clara demostración de poder y de riqueza. De hecho, a pesar de llevar la cabeza afeitada, muchos de aquellos solían colocarse unas pelucas confeccionadas con pelo natural.

El primer tratado de medicina, escrito allá por el 1100 a.C., el “Papiro Ebers”, llamado así por su descubridor, el egiptólogo alemán Georg Ebers, ya recogía las propiedades curativas de las plantas para combatir diversas dolencias, entre las que se encontraba la mencionada pérdida de cabello, aplicando sobre el cuero cabelludo una especie de ungüento, a base de miel, alabastro y cebollas, entre otras, en el que se debía recitar, al tiempo que se aplicaba aquella unción, una oración en honor del dios Ra.

En Grecia, el considerado padre de la medicina, Hipócrates de Cos, el del juramento hipocrático, sufrió en sus propias carnes la caída del cabello, tratando por todos los medios de frenarla mediante la aplicación de otra especie de crema (al estilo de los egipcios) con un resultado final más que decepcionante. De hecho a la calvicie de la coronilla y de los laterales se le acabaría conociendo, para su propia decepción y vergüenza, como la calvicie hipocrática.

Aristóteles llegaría a afirmar que la pérdida del cabello era consecuencia de una líbido desmedida, ya que la misma lascivia que calienta las partes bajas del cuerpo es la que a su vez enfría las zonas superiores, las más alejadas, de forma que en aquellas zonas no se digieren bien los alimentos, por la falta de riego sanguíneo, y en consecuencia se produce la aludida caída del pelo.

En Roma, una frondosa cabellera era asociada directamente con la valentía y la masculinidad, representadas por las imágenes de los leones y sus densas melenas. El mismo Julio César sufriría una calvicie galopante, que trataría de disimular mediante el típico peinado, llevando hacia la frente el cabello que nacía desde la parte posterior de su cabeza. Fue tanto su complejo que llegaría a solicitar al propio Senado romano le permitiera llevar de forma permanente la “corona de laurel” que se utilizaba al lograr alguna victoria.

Para los pueblos escandinavos, especialmente los Vikingos, la apariencia física fue muy importante, dedicando especial atención al cuidado de sus cabellos, empleando una loción especial a base de estiércol de ganso. De hecho, la clase social más baja, la de los esclavos, eran obligados a llevar el pelo muy corto o afeitado.

Los indios nativos americanos, la mayor parte de ellos lucían unas largas melenas que solían adornar con plumas de animales. Cortar la cabellera de sus enemigos abatidos, mediante el llamado “escapelamiento”, la mayoría de las veces estando aún la víctima moribunda, fue una práctica muy habitual, sobre todo entre las tribus de los Sioux, los cuales exhibían estas a modo de trofeo.

No sería hasta principios del siglo XX cuando se empezaría a utilizar el término alopecia, para describir aquella pérdida anormal del cabello, acuñado por el dermatólogo francés Raymond Sabouraud, término que utilizó tomándolo del vocablo griego “alopekia” para referirse al proceso en el que los zorros (alopex) mudaban el pelaje dos veces al año, describiendo de esta forma esta fase de la pérdida de pelo que sufrían algunos de sus pacientes.

En el año 839, muerto el emperador Ludovico, los nietos de Carlomagno, Carlos y Luis, hermanos del recién ascendido al trono imperial Lotario I se rebelaban contra aquel orden sucesorio establecido, comenzando una guerra civil, en la que lograban imponer su postura al vencer a este en la batalla de Fontenoy, dividiendo el imperio carolingio en tres partes, una para cada hermano, desarrollando las bases de los territorios de las futuras naciones de Francia, Italia y Alemania.

Se cuenta que nada más vencer Carlos II, llamado «el Calvo» a su hermano Lotario I, bajándose las calzas le enseñaba el trasero al tiempo que le gritaba; “estas nalgas que en su día azotaste más de una vez durante mi niñez, las mismas, te quitan lo que un día creíste que era solo tuyo”, un gesto este, el de enseñar las posaderas, que se conoce con el nombre de «hacer un calvo», convertido en símbolo triunfal de victoria y de sumisión del derrotado, desde entonces.

Puede parecer que este sea el primer ejemplo constatado de lo que se entiende por hacer un calvo, nada más lejos de la realidad, ya que en el año 66 de nuestra era, según escribía el historiador judío, Tito Flavio Josefo, en la llamada «primera gran revuelta Judía contra el Imperio», liderada por los zelotes, la facción más violenta del judaísmo, que acabaría derrocando al procurador romano Gesio Floro, daba comienzo aquella precisamente de esta forma, cuando al parecer, un soldado romano recogiéndose el manto agachándose de manera indecente, volviéndose de espaldas, mostraba su trasero a un grupo de judíos que se dirigían hacia el templo a celebrar la Pascua, emitiendo un sonido con la boca acorde a dicha postura, siendo aquel considerado de tal calibre y provocación que exaltaría los ánimos de los presentes ofendidos dando lugar a la referida revuelta.

No como un gesto de provocación sino más bien como un acto grotesco y de burla sucedería años más tarde, en 1203, durante la cuarta cruzada, cuando los cruzados quisieron tomar Constantinopla, la capital del imperio Bizantino, sin éxito. Cuentan como los bizantinos al ver alejarse los barcos cristianos “gritando y riendo acabarían mostrando, desde la orilla de la playa, sus posaderas”.

Y aunque queda claro por tanto que no es lo mismo hacer un calvo que serlo, estarlo o parecerlo, hoy día 7 de octubre, se celebra el “Día Mundial de los Calvos”, de quienes lo son, para celebrar una opción estética que ha dejado de ser un símbolo de debilidad para convertirse, incluso, en emblema de masculinidad y cumplir así con una finalidad en su etapa evolutiva, tal y como señalaba el entrañable Eduardo Punset, a sus amigos calvos, y es que;

-“La calvicie cumplió una finalidad: evitar las infecciones de piojos, insectos y pulgas”-

Feliz día, hermanos

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