LAS ENCAMISADAS DE LOS TERCIOS

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21 de octubre……………………y entonces sucedió que……………………………..

………la situación en la zelandesa isla de Goes, no invitaba al optimismo. Sitiada desde agosto, por tropas del ejército protestante, había llevado al capitán Isidro Pacheco, al frente de un contingente de ciento cincuenta hombres, a solicitar una ayuda que parecía no llegar nunca. Rodeada por una flota de cuarenta navíos y más de siete mil hombres cerraban las dos posibles salidas de aquel lugar por el río Escalda, la de Oosterschelde y Westerschelde, imposibilitando le llegaran refuerzos por vía marítima.

La guerra de Flandes iniciada cuatro años atrás (y que duraría cerca de ochenta años) desangraba las tropas españolas del duque de Alba y las arcas del rey español Felipe II, el cual trataba de imponer la unidad del imperio español frente a las Diecisiete Provincias de los Países Bajos, que si bien habían llegado a ver a su padre Carlos I casi como un neerlandés más (al haber nacido en Gante y criado en el condado de Flandes) no sucedía lo mismo con él, al haberlo hecho en España, considerándolo más como un monarca extranjero.

El duque de Alba, gobernador de los Países Bajos, enviaba a Amberes a sus casi sesenta años, al vizcaíno, maestre de campo, Cristóbal de Mondragón acompañando al castellano Sancho Dávila y Daza, que allí se encontraba, con el encargo de “levantar una coronelía de diez banderas”, tratando así, entre los dos, de darle una pronta solución a aquel asunto.

Estudiado sobre el terreno la complicada maniobra para poder enviar refuerzos a la citada localidad sitiada, ambos generales decidían hacer uso de la temida encamisada de los Tercios que tan buen rendimiento siempre ofrecía, recordando la que tuvo lugar recientemente, apenas hacía un mes, dirigida por Julián Romero de Ibarrola en Hermigny y en Mons en la que casi se había logrado capturar al mismísimo príncipe de Orange, aquella noche del 11 al 12, del pasado mes de septiembre, cuando a escasos metros de aquel, su fiel perra Spaniel, llamada Kuntze, se despertaba comenzando a ladrar ante la presencia de los soldados españoles, desbaratando la misma.

Las encamisadas eran las incursiones que, un grupo de élite de los Tercios españoles, compuesto por unos cincuenta hombres, efectuaban por sorpresa en suelo enemigo, aprovechando la oscuridad y quietud de la noche, vestidos todos ellos con camisas de color blanco para poder distinguirse de sus adversarios (de ahí el aludido sobrenombre que se le daba a este grupo selecto), portando principalmente armas ligeras, como espadas y las dagas vizcaínas, aunque también los había quienes llevaban sus armas de fuego, los mosquetes y arcabuces, sembrando el caos a su paso, entre las huestes rivales.

Moviéndose con sigilo y suma destreza, a través de la opacidad nocturna, sin hacer ruido, degollaban a cuantos se encontraban a su paso, destruyendo sus campamentos, robando sus víveres y en su huída quemando las pertenencias y propiedades de aquellos.

Participar en una de aquellas encamisadas, era considerado toda una honra entre aquellos soldados, valerosos, impávidos y disciplinados, que no temían a la muerte.

La noche del 20 de octubre, una encamisada conformada, debido a sus circunstancias especiales, por cerca de tres mil hombres, llegaba a la isla de Yerseke, a veinte kilómetros de Goes. El plan, realizado por el capitán Plomaert, de origen flamenco al servicio de los españoles, gran conocedor del terreno, no estaba exento de peligro, ya que requería, además de cierta destreza, una gran dosis de valor y arrojo. Este consistía en aprovechar la bajamar prevista de aquella fría noche de octubre, para vadear el ancho río, atravesando sus gélidas aguas, en muchas partes del mismo llegando su nivel más allá de la altura del pecho de aquellos soldados, para recorrer los, aproximadamente, quince kilómetros que los separaban de la otra orilla.

Aquella bajamar del citado río no excluía la presencia, en algunos tramos del mismo, de fuertes corrientes, necesitando durante gran parte de su recorrido, con el agua más allá del mismo mentón, algunos de ellos llevando incluso por encima de sus cabezas pesados sacos de pólvora, tener que agarrarse, como buenamente pudieron, unos de otros, evitando así acabar siendo arrastrados. En aquel intento, los menos altos del grupo, nueve de ellos, acabaron perdiendo la vida.

Durante las primeras horas del 21 de octubre, de un día como hoy, de 1572, de hace cuatrocientos cincuenta años, aquella encamisada de Cristóbal Mondragón arribaba a la isla de Zuid-Beveland, sorprendiendo a los cerca de siete mil neerlandeses que sitiaban la localidad de Goes, que al verlos aparecer, atemorizados, presa del pánico, intentaron huir en masa de aquel lugar, tal era la fama que precedía ya por aquel entonces a aquellos, de los que se decía, eran capaces de –“arrasar un bosque en un abrir y cerrar de ojos” –.

Este triunfo puntual y alivio momentáneo no sería el que pusiera fin a esta guerra que se prolongaría hasta el mes de octubre de 1648, debilitando el reinado de los Austrias de España, e interviniendo en esta hasta tres reyes, Felipe II, Felipe III y Felipe IV y que acabaría popularizando el dicho;

-“España mi natura, Flandes mi sepultura”-

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