GUILLERMO TELL…

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18 de noviembre…………………..y entonces sucedió que………………………………

……………a principios de agosto de 1291 los cantones de Schwyz, Uri y Unterwalden, pertenecientes a la actual Suiza, se juramentaban, en la pradera de Rütli, con vistas al lago de Lucerna, garantizándose protección mutua en aras de preservar sus valles y su independencia.

Allí, Werner Stauffacher en representación del cantón de Schwyz, Walter Fürst por Uri y Arnold von Melchtal por Unterwalden, acompañados por una decena de hombres cada uno, establecían, con aquel pacto, las bases de la antigua Confederación Helvética. Hay quienes afirman que este acuerdo nacía como una necesidad de establecer un frente común ante la creciente injerencia que la dinastía de los Habsburgo ejercía sobre los valles, sobre todo desde la apertura de los pasos alpinos de San Gotardo y Simplón, sin los que hasta entonces habían permanecido mucho más aislados y recónditos.

Los Habsburgo, como soberanos del Sacro Imperio Germánico, ejerciendo el control sobre la zona acabarían enviando hombres de su confianza con el título de gobernadores imperiales, con una clara finalidad recaudatoria, que con su comportamiento déspota y opresor y el continuo hostigamiento hacia la población campesina, acabarían cimentando las bases de un rechazo generalizado.

Las incautaciones de sus animales de trabajo, las numerosas y cuantiosas multas, los castigos físicos desproporcionados, las represalias constantes fueron respondidas en un principio con tímidos actos de rebeldía, entre sus habitantes, para acabar atacando, en algunos casos, a aquellas autoridades, como sucedió con Konrad Baumgarten, que con su hacha de trabajo daba muerte al adjunto de uno de aquellos agentes, defendiendo así el honor de su esposa, Itta, ante, al parecer, el impropio proceder de aquel.

Con la muerte en el mes de julio de 1291 de Rodolfo I de Habsburgo adelantándose a los acontecimientos se producía el aludido Pacto de la pradera de Rütli, con la siguiente fórmula;

 —“Juramos por unanimidad que no debemos aceptar ningún juez en los valles que habiendo adquirido el cargo por dinero, no sea residente o nuestro compatriota”—.

 Conocido aquel acuerdo por el gobernador austriaco Hermann Gessler, mandaba clavar su sombrero en lo alto de un poste, en la plaza principal de la localidad de Altdorf, capital del cantón de Uri, ordenando realizar, una pequeña reverencia a todo aquel que pasase desde entonces por allí, como símbolo de sumisión hacia su persona.

Y así durante los años venideros este mandato, ante el temor de las represalias, tuvo su riguroso cumplimiento.

El 18 de noviembre de un día como hoy, de 1307, Wilheim Tell, cazador de Bürglen, localidad ubicada a unos dos kilómetros al oeste de Altdor, dando un paseo con su hijo Gualterio, se adentraba en aquella plaza, sin llevar a cabo la obligada inclinación a su paso por el sombrero, haciendo caso omiso a las reiteradas advertencias que le daba un soldado, llamado Friesshart, que perteneciente a la guardia imperial custodiaba la plaza, cerrándole de inmediato el paso con su pica, procediendo a su detención acusándolo de desobediencia al gobernador y por extensión de alta traición al mismísimo emperador.

Cuando trataban de llevárselos detenidos eran rápidamente rodeados por una gran cantidad de lugareños procedentes desde todos los rincones de la ciudad que comenzaron a arremolinarse alrededor de aquellos. Los soldados tensos se pusieron en guardia, desenfundando sus espadas ante el temor de resultar atacados.

En aquellos instantes hacía acto de aparición en la misma plaza, a lomos de su caballo, el gobernador Gessler, que junto a su séquito, se acercaba para averiguar el motivo de aquel alboroto, siendo informado de la negativa de aquel a realizar la preceptiva reverencia.

El gobernador, tras la negativa de aquel de retractarse públicamente, ante todos los congregados en la plaza, realizando la protocolaria reverencia, temiéndose una reacción airada de aquellos ciudadanos curiosos, trató de buscar una salida que en sí misma pudiera acabar resultando un verdadero enredo para el autor de aquel desacato, proponiéndole efectuar un disparo con la ballesta que portaba encima, sobre una manzana colocada sobre la cabeza de su hijo, no sin antes advertirle que la negativa a obedecer esta orden conllevaría su propia condena a muerte.

Situando el niño a una distancia de cien pasos (unos setenta y cinco metros) le acomodaban la susodicha manzana encima de la cabeza, disponiéndose aquel a realizar el disparo. Un castigo muy cruel y perverso para el que poco podría ganar y sí perder mucho, teniendo el destino de su hijo en sus propias manos y todo bajo la apariencia de un justo castigo por desobedecer a la autoridad.

Y aquel con pulso firme y sin mostrar aparentemente atisbos de vacilación alguna, preparando entre sus ropajes una segunda flecha, efectuaba aquel disparo que daba de pleno en la fruta sin causar rasguño alguno al niño, ante la sorpresa y júbilo de los allí presentes.

En 1470, «El libro blanco de Sarnen» que contiene manuscritos sobre los primeros confederados suizos plasmaba por primera vez este pasaje de Guillermo Tell y de su hijo Walter.

Años más tarde, en 1570, el historiador Ägidius Tschudi recogía esta misma escena, en su «Chronicon Helveticum», inmortalizando para siempre esta hazaña, explicando así la naturaleza del pueblo suizo, con sus ansias de plena libertad y la aspiración de mantener unidos aquel mosaico de territorios, mostrando de esta manera los tres grandes baluartes que inspiran a la nación Helvética, la solidaridad, la unidad y la libertad. De hecho, aunque no de manera oficial se conoce como el lema de la nación; “Unus pro omnibus, omnes pro uno” (uno para todos, todos para uno).

En 1891, conmemorando su sexcentésimo aniversario, tomando como referencia aquel Initium Augustum del pacto de la pradera de Rütli, como el primer día de agosto, se decidía declararlo Día de la Fiesta Nacional de Suiza.

Y al darle en la manzana y ver el gobernador como desde la manga de Guillermo Tell sobresalía una segunda flecha este le preguntaba para que la quería o para quien era, este le respondía;

—“¿Para quién? Para ti, por si la primera hubiera herido a mi hijo”—

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