EL «PUIGMOLTEJO»… DE ISABEL II

alfred2 de diciembre…………y entonces sucedió que…………………………………….

…haberla casado, el mismo día en el que cumplía los dieciséis, con su primo hermano Francisco de Asís, al que a sus espaldas llamaba “Paquita”, y del que en su noche de bodas llegaría a afirmar que llevaba más bordados en su camisa que los que ella portaba, fue más una cuestión de Estado (tratando con ello de contentar a las casas europeas, al ser el único candidato que no incomodaba a ninguna de aquellas), que un verdadero deseo por parte de ambos cónyuges.

 No era de extrañar que esperando de aquellos la preceptiva descendencia exigida, dando un rey para el trono de España, Isabel II se viera “obligada” a arrojarse a los brazos de otros hombres, aunque la palabra adecuada no sea exactamente esa, porque forzada o presionada a ello, con tanta frecuencia o variedad, en modo alguno podría decirse que hubiera sido.

Cierto es que aquellos rumores sobre la inclinación sexual del cónyuge de la hija de Fernando VII acrecentarían dos estigmas paralelos, el primero, el furor uterino de la reina de España a la que acabarían llamando, por sus numerosos escarceos amorosos, la “reina ninfómana” (aunque el término correcto, desde su origen, debería ser más bien el de “mal casada”), y el segundo, dando por veraz aquel hecho sobre la inclinación sexual de don Francisco, el runrún de la ilegitimidad que acompañaría a los doce hijos que acabaría teniendo con Isabel II.

El propio Papa Pio IX, refiriéndose a ella diría la elocuente frase, -“es puta, pero pía”-.

Tras los dos primeros hijos varones nacidos muertos, Luis y Fernando, llegaba en el año 1851 Isabel y tres más tarde, en 1854 Cristina. Para entonces ya era conocida en toda la corte española las idas y venidas, las entradas y salidas de la alcoba de S.M la reina de un innumerable sinfín de amantes.

Francisco de Asís harto de hacer el ridículo se había ido a vivir al Palacio de El Pardo, instalando la reina muy cerquita de ella, en el mismo Palacio Real de Madrid, a su por aquel entonces amante, un apuesto capitán de familia noble valenciana, de Onteniente, Enrique Puigmoltó Mayans, apodado por razones obvias, “el favorito”.

La noche del 26 de abril de 1857, estando Puigmoltó con Isabel II en sus aposentos reales, se presentaba un Francisco de Asís visiblemente alterado acompañado por quien había sido, cuatro meses antes, ministro de guerra, el general Juan Antonio Urbiztondo Eguía, frenados en el mismo umbral de la antecámara, por el entonces presidente del gobierno, el general Ramón María Narváez que acompañado de su ayudante de campo, Lucas de Zafra-Vázquez y Tallada, marqués de los Arenales, les impedían a ambos el acceso a la misma.

En aquella refriega, entre los empujones e insultos que se ofrecieron aquellos cuatro grandes de España, acabarían resultando muertos el marqués de los Arenales y el general Urbiztondo, eso sí, sin que Francisco de Asís, llegase finalmente a acceder a aquellos regios aposentos. Tratando de ocultar los hechos acaecidos, ambas muertes se declararían haber sido naturales, fruto de una “extraña epidemia” que azotaría el Palacio.

Siete meses más tarde de aquel suceso, la noche del 28 de noviembre en el Palacio Real de Madrid, nacía un niño. Desde sus jardines, anunciando el mismo, se disparaban las consiguientes salvas protocolarias. Catorce si era niña, veintiuna si era niño.

Los teatros de Madrid interrumpieron sus funciones para anunciar la buena nueva. Los madrileños en silencio contaron las salvas disparadas, doce, trece y catorce (hasta aquí niña), quedando expectantes durante unos instantes, y tras aquella, la decimoquinta, la decimosexta, hasta completar las veintiuna correspondientes, celebradas con verdadero entusiasmo, y no porque fueran monárquicos convencidos sino porque el nacimiento de aquel varón, evitaba de entrada, una nueva guerra civil con los Carlistas, o al menos, eso era lo que se pensaba.

Conocidas las aventuras de la reina con aquel apuesto capitán onteniense, aquella misma noche de noviembre comenzaron a escucharse voces y vítores en plena celebración, -“¡Ha nacido el Puigmoltejo!”-, al tiempo que lanzaban petardos en su honor. Nombre despectivo este, el de Puigmoltejo, con el que todo un pueblo, puesto al día de los devaneos y escándalos de su reina, no sin cierta ironía señalaba la supuesta paternidad de aquel.

El 2 de diciembre, de un día como hoy, de hace ciento sesenta y cinco años, el Papa Pío IX contestaba a través de su nuncio Giovanni Simeoni, aceptar apadrinar al recién nacido mediante representación del que sería sucesor de este, monseñor Barili, siendo la madrina, su hermana, la infanta Isabel, en un acto bautismal que se celebraría el 7 de diciembre, recibiendo el nombre de Alfonso de Borbón y Borbón, el futuro rey de España, Alfonso XII (el Pacificador).

El general Narváez, monseñor Barili en nombre del Papa, hasta el confesor de la reina, el padre Claret, trataron en vano de hacer entrar en razón a una Isabel II que se negaba a separarse de su amante valenciano, que tres meses más tarde volvía a Valencia en donde se dedicaría a la política, y de la que, años más tarde, el jueves 29 de octubre de 1863, saldría elegido diputado por el distrito de Enguera. Al año siguiente contraía matrimonio con Julia Fuster Marín, perteneciente a una familia adinerada burguesa de la Canal de Navarrés. Francisco de Asís, habiéndose marchado “el favorito”, aceptaba cubrir las apariencias regresando al Palacio junto a la reina.

El estallido de la «Gloriosa Revolución», once años más tarde, el 30 de agosto, obligaba a la familia real a tener que salir desde San Sebastián, donde estaban de vacaciones estivales, hacia el exilio, a Francia.

Se fue con once años, los mismos que años más tarde sería rey de España, mediante la llamada Restauración Borbónica, de 1874 a 1885, ayudado por Antonio Cánovas del Castillo, estableciendo un periodo de paz por el que recibiría el sobrenombre de “El pacificador”, falleciendo tres días antes de cumplir los veintiocho, enfermo de tuberculosis.

Siendo ya rey de España, en cierta ocasión, al pedirle explicaciones a su madre sobre unos préstamos que no quería devolver, en plena discusión aquella le espetaba; -“Lo que tienes de Borbón, lo tienes por mí”-, echándole en cara lo que la noche de aquel 28 de noviembre de hacía 28 años el pueblo de Madrid había ya intuido lo que era;

-«el Puigmoltejo de una Borbón»-.

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