LA FRUSTRACIÓN DE VOLODIA

949 de diciembre…………………………..y entonces sucedió que………………………..

…………….no forma aquel, alguno de los destinos dorados con los que había llegado a imaginar, al acabar como teniente primero en la academia del KGB (siglas en ruso del Comité para la Seguridad del Estado), hacía casi diez años, pero va dispuesto a cumplir aquella orden que lo envía camino de la RDA (la extinta Alemania Oriental).

Ni siquiera lo mandan a Berlín, sino a Dresde, situada a casi 200 Km al sur. Le acompañan su mujer, Lyudmila y su hija Maria Vladimirovna, nacida el pasado mes de abril, instalándose, en agosto de 1985, en el número 11 de la calle Radeberger, a escasos metros del edificio que el KGB tiene en la calle Angelika a orillas del río Elba.

Su misión en la ciudad alemana será la de proporcionar el apoyo necesario para que la temida Stasi (policía del Ministerio para la Seguridad del Estado) lleve a cabo su política de control y represión en la zona soviética del país.

Es el tercer miembro en la sede del KGB que tiene el mismo nombre, el de Vladimir, a quienes se les conoce como Volodia (su diminutivo en ruso). Estando pues “Volodia el bigotudo”, “Volodia el grande” y a Putin, con su metro y setenta centímetros de altura empezarían a llamarle “el pequeño Volodia”.

El último día del mes de diciembre, el martes 31, se le expedía, al agente especial Putin, su carnet acreditativo con el número B217590, de agente espía, con el nombre en clave de Platov, cuya vertiginosa carrera le llevaría, en tan solo dos años, al rango de teniente coronel.

La irrupción, aquel mismo año de 1985, en el escenario político del líder soviético Mijaíl Gorbachov como secretario general del Comité Central del Partido Comunista con su programa de política de apertura, la “Perestroika”, pronto comenzaría a notarse en aquella Alemania ocupada, que vería su culminación con la destitución, a mediados del mes de octubre de 1989, del entonces presidente, Erich Honecker, cuya política estricta, no coincidía, en modo alguno, con la más permisiva y tolerante del líder soviético.

Aquella destitución era aprovechada por unos ciudadanos que exigiendo una mayor participación democrática, concentraba el día 4 de noviembre, más de un millón de manifestantes por toda Berlín oriental, una más que cuantiosa agitación social, que provocaba que el reciente gobierno alemán elegido, tratando de salir al paso, anunciase una nueva «ley de viajes», en virtud de la cual, se facilitarían más los trámites para la obtención de los visados, disminuyendo los plazos de entrega, asegurando poder disponer de ellos en menos de treinta días.

El 9 de noviembre de 1989, el periodista italiano Riccardo Ehrman, de la agencia ANSA, formulaba una pregunta sin aparente importancia a Günter Schabowski, portavoz del nuevo gobierno de Egon Krenz, que ofrecía una rueda de prensa televisada. Ehrman le preguntaba cuándo tenía previsto el nuevo gobierno la entrada en vigor de aquella ley y de sus correspondientes permisos, autorizando la salida del país. Un portavoz sorprendido que no disponía de aquel dato en concreto, le respondía; -“bueno, aquí no lo tengo, pero que yo sepa, desde este momento”-.

Esa misma noche, aquella frase, -«desde este momento»-, escuchada por todos los ciudadanos en las pantallas de sus televisores, concentraba a miles de berlineses a ambos lados de un muro, que unos llamaban “de protección antifascista” y otros “de la vergüenza” (levantado hacía más de veintiocho años, el 13 de agosto de 1961), exigiendo la apertura de las puertas a sus centinelas, de un muro que aquella misma noche, acabaría siendo derruido.

Contagiados por un clima de renovada libertad, el 5 de diciembre, un nutrido grupo de ciudadanos exaltados asaltaban el edificio que la Stasi tenía en la calle Bautzener, sin que los agentes pudieran frenar aquella turba. Tras ello, los enfurecidos asaltantes se dirigieron hacia el edificio del KGB.

Al llegar a la verja enrejada de la entrada de aquel edificio, sin dejar de animarse, unos a otros, agarrándose algunos a las forjas de la entrada, comenzaban a agitarla con la intención de derribar la valla de aquel lugar que despertaba, a partes iguales, tanto terror como aversión.

Y justo en aquellos momentos hacía acto de aparición un miembro del KGB que mostrando su arma se dirigía en un perfecto alemán a aquella masa de ciudadanos alterados; -«Están ustedes en suelo soviético. ¡Váyanse!, No intenten invadir nuestra propiedad»-.

Aquel oficial del KGB, descrito por muchos de los allí presentes, como un hombre menudo, de pelo claro, era Vladimir Vladimirovich Putin, el cual, con su firme determinación, lograba frenar y dispersar aquella masa de ciudadanos alterados.

Tras aquel suceso, Putin llamaba a la base soviética más cercana para que les enviasen algún apoyo logístico de protección, principalmente tanques de disuasión, pero la frustrante respuesta que obtendría le perseguiría durante los años venideros, forjando su personalidad política futura, -“No podemos hacer nada sin autorización de Moscú, y Moscú guarda silencio”-.

Durante aquella noche los cerca de quince agentes soviéticos destinados en Dresde se dedicarían a quemar documentos de importancia relevante. Fue tanta la cantidad de escritos calcinados que el horno acabaría reventando. Eso sí, los de mayor trascendencia acabarían siendo enviados directamente a Moscú.

El 9 de diciembre de un día como hoy, de hace treinta y tres años, Putin regresaba a Moscú con su mujer y sus dos hijas (la segunda, Ekaterina, nacida en agosto de 1986), dando comienzo una brillante carrera política, que le llevaría, diez años más tarde, a ser designado sucesor de Boris Yeltsin y presidente de la Federación Rusa.  

Desde que él está al frente, ha tratado que Moscú siempre tenga algo que decir, en cualquier asunto internacional, por acción u omisión, para que nunca más tenga que escuchar aquello de -“Moscú guarda silencio”-.

…y entonces llegando aquella turba encolerizada hasta las mismas puertas de la entrada del edificio del KGB, habiendo asaltado hacía unos minutos el de la Stasi, agitando la valla de la entrada, dándose ánimos para asaltar aquello que tanto odiaban, salía desde su interior con firme decisión aquel oficial, brazo en alto y pistola en mano, gritándoles, en un perfecto alemán;

«No intenten entrar. Tenemos armas y autorización para usarlas en situaciones de emergencia, y esta, es una situación de emergencia». [Vladimir Putin. 5 de diciembre de 1989].

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