UNA DIFÍCIL ELECCIÓN…

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3 de febrero………………………..y entonces sucedió que………………………………

……..lleva el mismo nombre que su padre, Felipe, siendo el tercero en la línea sucesoria, tras sus hermanos, Fernando y Diego Félix, fruto, todos ellos, del cuarto matrimonio habido entre Felipe II y su sobrina Ana de Austria, por lo que nadie, por aquellos días, esperaba que acabara siendo, como así sucedió, el heredero de la corona.

Dos meses después de su nacimiento fallecía el infante Don Fernando a los seis años de edad aquejado de disentería y cuatro años más tarde, el 21 de noviembre de 1582, lo hacía su hermano Diego Félix de difteria, dejando expedito el acceso al trono de la corona.

Su madre a la edad de treinta y un años había fallecido, apenas hacía dos, y el rey que cuenta entonces con cincuenta y cinco años, no está por la labor de volver a contraer nuevas nupcias tratando así de asegurar la sucesión para el caso de que le pasara algo al único hijo varón que le quedaba, que a dos meses de cumplir los cinco años, el 1 de febrero de 1583, era nombrado en Lisboa, “Príncipe de Beira”, título que se otorgaba a los herederos a la corona de Portugal.

A su regreso, el 3 de febrero, de un día como hoy, Felipe II ordenaba iniciar un estricto plan educativo sobre aquel niño, contando para ello con hombres de su máxima confianza (principalmente profesores y preceptores mayores), que acabarían por privarle de la compañía de otros niños de su edad, muy protegido, apartado de la sociedad y convirtiéndolo, con el transcurso del tiempo, en un ser falto de carácter y decisión.

Quiso el rey que colaboradores asiduos suyos como Gómez Dávila, primer marqués de Velada, de cuarenta y tres años y el capellán talaverano Pedro García de Loaysa, de treinta y seis, formaran parte de dicha formación. Un informe de este último, advertía a su majestad que, si bien el príncipe era “inteligente y de carácter dócil, también era en gran medida, perezoso y desganado, mostrando cierta indiferencia por los asuntos de Estado”, aconsejando que aquel empezase a participar más en los asuntos políticos, siendo por ello invitado por su padre a la conocida como “Junta de noche” cuya misión era la de ayudar al monarca aquejado ya entonces de grave enfermedad y decaimiento físico.

Y así, de esta manera, cuidado, mimado y vigilado creció el príncipe, llamado un día a gobernar tan vasto imperio del que se decía que “jamás se ponía el sol”.

Una vez celebrado su vigésimo cumpleaños daba comienzo la tarea de buscarle esposa. Felipe II tenía claro que la elegida debería ser una de las cuatro hijas que tenía su primo, el Archiduque Carlos de Austria, casado con María de Baviera, siendo estas, Catalina, Gregoria, Leonor y Margarita.

De las cuatro, era Leonor rápidamente descartada por su precario y delicado estado de salud (siendo curiosamente ella la que acabaría sobreviviendo a sus tres hermanas).

Cuando se conoció la búsqueda de esposa de Felipe, la madre de las jóvenes llamaba a un pintor para que hiciera unos retratos de cada una de sus hijas para ser enviados a la corte de Madrid. Para identificar a las muchachas, se les colocaba una joya en el cabello con la inicial de su nombre, [C],[G],[M]. Cuando los cuadros llegaron, el rey le pedía a su hijo que escogiera aquella que más le gustase, pero aquel, declinando el ofrecimiento, le requería a su padre que fuera él quien lo hiciera. De nada serviría hacerle entender que se trataba de elegir a su propia esposa, pero indeciso, el joven se obstinaba en no tener que hacerlo. Sería su hermana, la infanta Isabel Clara Eugenia, la que propondría colocar los cuadros girados, cara a la pared, para así de esta forma, señalar uno de aquellos al azar.

Colocados estos de aquella manera descrita, el joven apartaba uno que al darle la vuelta llevaba la M, de Margarita. Aquella manera de elegir cónyuge no agradaría a Felipe II, que veía poco serio que una cuestión tan importante fuera solucionada mediante aquel proceder, por lo que decidía zanjar aquel asunto eligiendo a la princesa primogénita, que era Catalina.

El correo que llevaba la petición de mano a la corte de Gratz, se cruzaba con otro que dirección a Madrid llevaba la trágica noticia de la repentina muerte de Catalina, siendo la siguiente candidata por orden cronológico Gregoria, que igualmente y para colmo de males, en una mala jugada del destino, al ir a ser anunciada como la prometida del príncipe fallecía de fiebres. Solo quedaba pues Margarita, de trece años, curiosamente la misma que había salido en aquel juego de azar.

Al mismo tiempo de la boda de Margarita con Felipe III, se acordaría la celebración de los esponsales de Isabel Clara Eugenia con el archiduque Alberto de Austria, hijo de Maximiliano II y hermano de la cuarta esposa del rey Felipe II, su otrora sobrina Ana de Austria, convirtiéndose de esa manera, quien hasta entonces había sido su cuñado, en su yerno. El Papa Clemente VIII, otorgaría a ambos matrimonios, la correspondiente dispensa.

Cuando el cortejo de Margarita y Alberto estaba ya en Italia, llegaba la noticia de la muerte en El Escorial de Felipe II (13 de septiembre de 1598). De esa manera, la novia, Margarita de Austria pasaría a ser reina de España y Portugal, en el momento en el que se celebrase la boda, que tenía lugar por poderes, dos meses más tarde, en Ferrara.

Felipe y Margarita, que ya había cumplido los catorce, se vieron por primera vez en Valencia, en abril de 1599, en la Catedral, donde se confirmaría el casamiento.

El matrimonio acabaría teniendo ocho hijos: Ana Mauricia, María, Felipe (futuro Felipe IV), María Ana, Carlos, Fernando, Margarita Alfonso.

Con el reinado de Felipe III, apodado “el Piadoso”, daba comienzo el declive de aquel majestuoso imperio de los llamados Austrias Mayores (Carlos I y su hijo Felipe II), que para diferenciarlos de sus descendientes, Felipe III, Felipe IV y Carlos II, comenzarían a llamarles, los Austrias menores, siendo los asuntos de gobierno llevados por validos u hombres de confianza de los reyes, los cuales abandonarían sus obligaciones con desidia dejándolas en manos de particulares dándose inicio a la época conocida como del valimiento.

-“El Señor, que me ha proporcionado tantos territorios me ha negado un hijo capaz de gobernarlos. Temo que me lo han de gobernar”- (Felipe II)

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