EL CASTIGO DE LA MARQUESA DE CAÑETE

10febe

10 de febrero……………………..y entonces sucedió que………………………………

…ha ido al palacio que está en la calle de las Platerías (en el actual número 69 de la calle Mayor de Madrid), residencia habitual del quinto marqués de Cañete, Juan Andrés Hurtado de Mendoza y de su tercera esposa, María Manríque de Cárdenas, a hacer entrega de ciertas mercancías, enviado por su jefe, el frutier, quedando prendado de la joven que le ha abierto la puerta.

El flechazo al parecer ha sido mutuo. Cuando la joven abría el portón que da al patio trasero, por el que accede el personal de servicio, por la actual calle de Sacramento, esperando encontrar, como de costumbre, al bonachón del frutero, don Sebastián, se daba de bruces con aquel mozo que le dejaba sin habla y sin saber bien cómo reaccionar. No está acostumbrada a este tipo de visitas en el palacio de los señores marqueses.

Durante las semanas venideras, el joven voluntariamente se ofrecería para llevar la mercancía a dicho lugar, buscando así fugaces encuentros visuales con aquella tan bella sirvienta. Nadie podría entonces sospechar que de aquellos breves e intensos momentos puntuales nacería la chispa del amor, del más puro y apasionado.

Bien sabían ellos sin embargo, que el porvenir de aquel asunto no dependía de los directamente implicados, que ya sospechaban que aquella relación no sería aprobada, ni por la marquesa, responsable del futuro y bienestar de la moza ante sus padres, habiéndoles dado en su día promesa de su cuidado y protección, a cambio de tenerla a su servicio, asegurándole de esta forma un porvenir en el Madrid de por aquel entonces, ni por supuesto del jefe de aquel mozo, que temía con la actitud de su joven empleado, soliviantar a los marqueses que podrían acabar por rechazar sus servicios, que dicho sea de paso, le conferían pingües beneficios.

Cierta noche, la muchacha y su joven enamorado, decidían poner tierra de por medio huyendo de Madrid, librándose de sus señores, dejándose abierta la puerta principal, de par en par, en un descuido, posiblemente fruto de los nervios y de las prisas.

Sabedora la marquesa de la huída de la moza, de la que desconocía aquella aventura amorosa, y creyendo ser víctima de una conspiración de su propio personal de servicio que dejaba las puertas de aquella manera permitiendo la entrada a extraños, con la clara intención de robarles, mandaba encerrar a tres de sus criadas, sobre las que recaían sus sospechas, en los lúgubres sótanos de aquella residencia, a base de alimentarlas con un poco de agua y pan.

Tras varios días, sin haberles procurado apenas alimento alguno, sufriendo el frío propio de aquel mes de febrero, viendo como aquellas no acababan por confesar su implicación en dicha confabulación, mandaba llamar al barbero que les rapaba el pelo y las cejas como castigo por su silencio.

No obteniendo la respuesta esperada, ordenaba al mozo de silla azotar a las tres criadas hasta hacerlas sangrar despidiéndolas acto seguido sin haberles entregado los honorarios debidos.

Los actos de la marquesa impartiendo aquel tipo de “justicia”, tan arbitraria, sobre el personal a su servicio llegaban a oídos del joven monarca, Felipe IV, que apenas hacía un año, no habiendo cumplido los dieciséis, sucedía a su padre, tras su fallecimiento el 31 de marzo de 1621, llevando desde aquel mismo momento a cabo, una purga institucional mediante la destitución de cargos importantes de la Administración anterior, a los que directamente se les acusaba de la decadencia en la que había entrado el reino.

Como medidas más represivas cabría destacar, el destierro del entonces favorito del monarca, el duque de Uceda, la prisión del duque de Osuna y la ejecución de Rodrigo Calderón de Aranda, tres meses atrás, en un cadalso levantado en la plaza Mayor de Madrid.

Era la marquesa de Cañete además esposa de quien en su día había sido gentilhombre de cámara de su majestad Felipe III, por lo que aprovechando aquella injusticia quiso el rey dar escarmiento al matrimonio, ordenando su detención e ingreso en prisión, dándose inicio al oportuno procedimiento judicial en su contra.

El 10 de febrero, de un día como hoy, del año 1622, era dictada sentencia que condenaba, a los marqueses, a la prohibición de seguir residiendo en la villa de Madrid los siguientes cuatro años, una pena de destierro que vendría acompañada del pago de tres mil ducados, para las tres criadas maltratadas, reprobando al mozo de silla, autor material de los azotes, a ser sometido al vilipendio y vergüenza pública, siendo paseado por las calles de Madrid con voz de pregonero, evitando, eso sí, la consecuente pena aparejada de galeras al aplicarle la atenuante de obediencia a orden dada por un superior.

Y así, siguió demostrando Felipe IV, con este destierro, que en su reinado nadie iba a quedar impune.

Ya lo dijo el filósofo griego Demócrito que vivió entre los siglos V-IV a. C. al que llamaban el “filósofo que ríe”

-“A los que cometen actos dignos de destierro o prisión, o son merecedores de castigo deben ser condenados y no absueltos”-

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