LE NÔTRE, EL JARDINERO DE VERSALLES

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24 de febrero………………………………y entonces sucedió que………………………

……………las noticias procedentes desde España, sobre la precaria salud del monarca español, activaban la diplomacia del rey francés que enviaba a Madrid a su embajador, el marqués de Harcourt, que recibía instrucciones precisas del propio Luis XIV, aleccionándole en su proceder a su llegada a la corte española.

En estas le advertía entre otros asuntos que –“es la reina, doña Mariana, el personaje principal de la política española, la cual ejerce su dominio porque es temida, no porque sea amada. Es interesada y gusta de recibir regalos. Le prohíbo terminantemente a vuecencia se mezcle en cábalas contra ella, la cual no ha de tener la menor queja de usted”–.

El 24 de febrero, de un día como hoy, de 1698, Monsieur Harcourt llegaba a Madrid, escribiendo dos semanas más tarde, una breve carta a Su Majestad señalando que su presencia había coincidido con el inicio de la enfermedad del monarca español, Carlos II, lo cual parecía haber contrariado a la reina que hubiera deseado ocultar el deteriorado estado de salud de su consorte. Finalizando la misma manifestando que, «Su mal, más que una enfermedad concreta, es un agotamiento general».

Leía la misiva de su embajador Luis XIV mientras observaba, a través de una de las ventanas de palacio, aquellos majestuosos jardines por los que sentía tanta admiración y orgullo. Caía una intensa lluvia aquel frío día del mes de marzo, mientras veía, como solía hacer habitualmente, impertérrito, dirigir las tareas al bueno de su jardinero, el leal André Le Nôtre.

Recuerda, mientras observaba las gotas de lluvia realizar pequeñas carreras por los cristales, cómo eran entonces aquellas tierras infértiles donde tenían su padre (Luis XIII) y su abuelo (Enrique IV) sus cotos privados de caza, y en lo grandiosas en las que se habían convertido.

Conoció a André Le Nôtre un 17 de agosto de 1661, hacía ya cuarenta y un años, que se dicen pronto, cuando un jovencísimo Luis XIV, a menos de un mes de cumplir los veintitrés, era invitado a una fiesta en el palacio de Vaux le Vicomte, la residencia de su ministro de finanzas, Nicolás Fouquet, cuyos jardines, en cuanto a su distribución y diseño, maravillaron al monarca.

La fiesta sería el principio del final de aquel poderoso personaje, al que el propio monarca veía, en aquella celebración, demasiado lujo y ostentación para alguien de su cargo, siendo investigado por ello y tres semanas más tarde, acusado de malversación, detenido y encerrado en la fortaleza de château d’Angers, el mismo año, en el que Luis XIV decidía construir sobre aquellas tierras lúgubres de Versalles el que, a la postre sería el centro del mundo de por aquel entonces, y que acabaría en 1682 siendo la residencia principal de la Corte y del gobierno y cuyas obras se prolongarían durante más de treinta años, hasta 1692.

Luis XIV, al visitar Vaux le Vicomte, visualizó lo que en un futuro sería su Versalles y aunque Jean Baptiste Colbert, su nuevo supervisor general de finanzas, propusiera demolerlo todo, el joven monarca prefirió construir su nuevo edificio a partir de uno ya existente, el antiguo pabellón de caza que en 1623 había construido su padre Luis XIII.

París, con sus constantes complots y conspiraciones asfixiaban al monarca. Versalles, a veinte kilómetros de allí, le permitiría vigilar aquella corte igual que un pastor haría con su propio rebaño, de forma que, aquellos nobles, antaño tan poderosos, tendrían suerte de poder comportarse como simples figurantes, siendo privados paulatina y deliberadamente de todo su poder, acabando por ser anulados mediante elaborados entretenimientos y sometidos a complicados rituales de etiqueta. «Mientras estuviesen bajo la atenta mirada de su rey, aquellos no podrían reunirse para conspirar contra él»

Y una pieza clave y fundamental de tan majestuoso lugar la constituía aquel humilde y sencillo personaje, nieto e hijo de jardineros que plasmaría todas las ideas que Luis XIV tenía en mente. André Le Nôtre fue la persona que el rey necesitaba para cumplir sus sueños en el terreno de la jardinería.

Y para ello, trajeron, álamos, olmos y árboles tilos de Flandes; castaños de Indias desde Viena y de Holanda jacintos, rosas, tulipanes y grosellas rojas; jazmines de la casa real infantil de Toulon; narcisos y flores de lis de Turquía y desde España naranjos y claveles. Fue tal la cantidad de plantas, árboles y cultivos que llevarían a Madame de Sévigné a escribir en una carta a su hija, la condesa de Grignam –“parece que el rey está llevando a Versalles todos los bosques de una sola vez” –.

Sin duda uno de los principales problemas consistía en encontrar el agua suficiente para abastecer todo aquel vergel, surtir las fuentes y llenar sus estanques, para lo cual una red de depósitos y canales que se extendían, más allá del château, a más de treinta kilómetros resultarían insuficientes, siendo necesaria la construcción de una bomba que permitiera transportar agua del mismo Sena, y en última instancia, recogiendo agua del río Eure, a unos cien kilómetros de distancia, en un proyecto de ingeniería para el cual fue requerida la presencia de una gran parte del ejército.

Tan orgulloso estaba el soberano de la transformación que había obrado en aquellos terrenos, tan poco prometedores, que a menudo los mostraba, él mismo en persona, a diversas personalidades y miembros de otras familias reales que se encontraban de visita, llegando incluso a escribir de su puño y letra la primera guía de los jardines, el llamado «Método para enseñar los jardines de Versalles» (Manière de montrer les jardins de Versailles).

Sin embargo a pesar de los elogios y adulaciones recibidas, por su enorme talento, Le Nôtre mantuvo siempre los pies en el suelo, mostrándose sencillo y amigable. Y aunque el rey era de carácter irritable, con él disfrutaba de una amistad que trascendía la distancia que los separaba socialmente. Eran muy diferentes, pero como se vio obligado a admitir el engreído duque de Saint-Simon, «a Luis XIV le gustaba encontrarse y hablar con su jardinero de palacio».

A pesar de perder algo de influencia Le Nôtre al envejecer, jamás perdería el afecto del rey. Mantenerse al amparo de la buena voluntad del monarca no resultaría ser una tarea sencilla. Fueron muchos los que caerían en desgracia durante aquellos años. El poeta Jean Racine, el arquitecto Louis Le Vau, el pintor Charles Le Brun, el escultor Girardon, e incluso Vauban, mariscal de Francia, que acabaría siendo apartado de la corte por criticar el sistema de recaudación de impuestos.

Y entonces, el rey, agradecido por los servicios prestados, quiso premiar a aquel gentil hombre, al que convocaba aquella misma mañana, ofreciéndole un título nobiliario, preguntándole cuáles serían los elementos que desearía incorporar a su escudo de armas.

Y aquel, sin vacilar ni un instante, contestaba; -“Sire, tres caracoles y un repollo, sin olvidar mi pala, que gracias a ella me he convertido en el receptor de toda la amabilidad con la que Su Majestad ha decidido honrarme”-.

Y así, con esta sencillez, supo aquel hombre, capaz de reírse de sí mismo, poder sobreponerse a la feroz competitividad y el carácter fluctuante de la vida en su día a día en Versalles, que quedaría patente en una cita de François de Neufville, mariscal de Villeroy; -“Mientras un ministro esté en posesión de su cargo, aguántale el orinal cuando lo necesite, pero en cuanto veas que sus pies empiezan a tambalearse vuélcaselo sobre la cabeza”-.

y los pies de Le Nôtre, fueron como un árbol de raíces firmes.

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