ETIQUETA Y PROTO“LOCO”…

TRN

31 de marzo…………………………..y entonces sucedió que………………………….

…… ..desde la Baja Edad Media, cada casa real había establecido su propia forma de servicio palaciego, si bien, con el transcurso del tiempo la mayoría de estas, acabarían teniendo, casi la misma estructura departamental. Era común que en las dependencias ubicadas en las entradas de palacio y sus habitaciones adyacentes, como la cocina, despensa, caballerizas y cuadras estuvieran bajo supervisión directa de un “mayordomo mayor” y que las áreas privadas del monarca, consideradas zonas restringidas quedasen bajo el control del llamado “Chambelán” (término que sirve para referirse a aquel que acompaña al rey o a la reina).

Fue precisamente “la cámara real” el departamento más controvertido y en el que los diferentes grupos y facciones cortesanas desarrollarían, con mayor crudeza, sus pugnas políticas, con el firme propósito de influir al máximo en la voluntad del rey.

En España, a las tradicionales casas de Castilla y Aragón, con la llegada de Carlos I, nieto de los Reyes Católicos, se les uniría la Casa de Borgoña, un servicio palaciego importado por la nueva dinastía de los Habsburgo cuya reglamentación se había promulgado en Bruselas, el 25 de octubre de 1515, y que con el tiempo los españoles llamarían, no sin cierto desprecio, servicio a la “borgoñona”.

Seiscientos sesenta y cinco oficiales, procedentes desde Flandes, llegaban para asistir a un jovencísimo Carlos I, provocando cierto malestar entre los castellanos que realizaban aquellas mismas funciones desde los tiempos de sus abuelos maternos, viéndose desplazados de sus cometidos diarios. Los puestos de mayor trascendencia, lo más cercanos al monarca, que no sabía articular tres palabras en castellano, acabarían siendo desempeñados, todos ellos, por Flamencos.

Las revueltas de los “Comuneros” de Castilla, acabarían arrancando el compromiso, por parte del nuevo rey, de hispanizar el servicio de la Casa de Borgoña mediante la paulatina introducción de más personal autóctono en tareas palaciegas.

De esta forma, cumpliendo su promesa, mandaba que su hijo Felipe, como príncipe heredero fuera servido al modo castellano, algo que en realidad constituiría un mero espejismo pues durante el verano de 1548, pensando ya en su sucesión, decretaba que se restableciera el servicio de la Casa de Borgoña para aquel.

Sería a partir de 1598, con el reinado de Felipe III, cuando se desataría una verdadera fiebre por reglamentar todos aquellos oficios, con la finalidad de dotar a la monarquía de un estilo propio. Sin embargo, lejos de conseguirse dicho objetivo acabaría convirtiéndose en un riguroso ceremonial, dando lugar a un protocolo tan estricto y etiquetado que la más mínima actividad  acabaría convirtiéndose en algo interminable.

Oficios detallados como el limosnero mayor, mozos de capilla, aya de las infantas, dueñas de honor, dueña de retrete, flutier, oblier, panadero, ujier de la vianda.

Así quedaba establecido por ejemplo que; -“El ayuda de guarda no ha de dexar entrar por la puerta de la saleta a ninguna persona, sino solo a los barrenderos quando entraren a barrer u a poner los candiles y esto ha de guardar tan inviolablemente que ni a sus compañeros no ha de dexar entrar por ella”-.

O también que; -«Las puertas que debían ser abiertas en el deambular del monarca por Palacio tenían que ser cerradas tras su paso por el ayuda de la furriera de guardia. El aposentador y un ayuda de la furriera debían asistir a inspeccionar el barrido de los aposentos del rey y mientras el oficial de la tapicería limpiaba las cortinas de la cama y sobremesas, reconocería con el ayuda de Cámara de guardia que todo quedaba como convenía y sin falta, pues si faltare algo correría del bolsillo de ambos»-.

Finalizaba el mes de marzo con mucho frío en la Villa de Madrid. Durante la tarde del día 31, de un día como hoy, de 1621, contaba Pierre Antoine de la Place en su obra “Piéces intèressantes” que, encontrándose el monarca aquejado de erisipela (enfermedad que presenta inflamaciones rojizas en la piel) en una de sus piernas y teniendo que permanecer, por indicación de su galeno, Celedón Pardo Agüero, inmóvil y con elevación de ambas piernas sentado en uno de aquellos gélidos salones del enorme palacio del alcázar de Madrid (donde se encuentra actualmente el Palacio Real), dos de sus criados encendían un brasero, colocándolo muy cerca de aquel, para paliar las bajas temperaturas de aquella tarde.

Si bien, el calor que en un principio desprendía fue del agrado del monarca, tras unos minutos, comenzaba a sentirse algo incómodo y agobiado por el sofoco que aquellas brasas candentes le procuraban, provocándole incluso cierta sensación de ahogo y hasta dificultades respiratorias, tratando en vano de dar aviso para que le fuera retirado el aludido artefacto, que a él mismo, la rigurosa etiqueta, no le permitía alejar.

No encontrándose cerca ningún aposentador para recibir las oportunas indicaciones, daba voces el monarca solicitando la ayuda pertinente, siendo escuchado de casualidad por uno de los criados que pasaba por allí, dando aviso de aquella circunstancia al ujier de cámara y este, siguiendo el orden establecido, al aposentador que le hacía llegar la urgencia del caso al duque de Alba que por allí se encontraba, declinando sin embargo poder actuar al prohibírselo el susodicho y rígido protocolo establecido.

El único que tenía acceso permitido para tal menester era su nuevo valido, Cristóbal Gómez de Sandoval-Rojas  y de la Cerda, duque de Uceda que, al parecer atendiendo asuntos propios, no se encontraba en palacio.

Cuando el duque hizo acto de aparición el rey estaba bañado en sudores, presentaba la piel seca, tenía el pulso acelerado, con espasmos musculares, tenía náuseas, se encontraba mareado y en estado de confusión. Esa misma noche, aquejado de una hipertermia Felipe III fallecía. Tenía 42 años.

Fue tan aburrida su existencia, tan anodina su etapa como rey que hay quienes aseguraron tras su muerte que;

-“Lo más interesante que Felipe III hizo en toda su vida fue…morirse”-.

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