«LA DAMA DE LA LÁMPARA»…

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12 de mayo…………………………..y entonces sucedió que……………………………..

……en 1818 unos Nightingale recién casados, Frances y William, iniciaban el itinerario del «Grand Tour», algo habitual en aquella época entre las clases pudientes británicas que se dedicaban a viajar por lo que posteriormente sería Italia. Un viaje programado por las ciudades de Venecia, Turín, Milán, Roma y Nápoles, adquiriendo conocimientos sobre pintura y arte clásico.

Fue estando en Nápoles, el 19 de abril de 1819 cuando nacía su primera hija, a la que pusieron Parthenope de nombre, el de aquella sirena de la mitología griega que daría nombre precisamente a la ciudad en la que se encontraban, la de Nápoles.

Un año más tarde, el 12 de mayo, de un día como hoy, nacía su segunda hija en Florencia, por aquel entonces capital del Estado de la Toscana, a la que bautizaban con el nombre de Florence, llamada a revolucionar el campo de la enfermería moderna.

A su regreso a Gran Bretaña, los Nightingale se esmeraron en que sus hijas siguieran el modelo de educación de la Época Victoriana, cuya tradición dictaba que las mujeres pertenecientes a familias acomodadas, las de alto copete, cuyo destino venía ligado al matrimonio, no debían dedicarse a actividad laboral alguna, tarea propia de las clases menos favorecidas.

Pero Florence no estaba por la labor de estudiar filosofía moral, historia o lo que se esperaba de toda una señorita, ni por supuesto aguardar llamada de pretendiente alguno. Ella quería estudiar matemáticas, con el consiguiente rechazo inicial de su madre que finalmente aceptaría ante la determinación de aquella, siendo alumna del matemático James Joseph Sylvester.

No tardaría en descubrir su verdadera vocación, la de dedicarse al cuidado de los enfermos, práctica que en aquella época se asociaba a actividades propias de mujeres de clase trabajadora, tan diferente de su estatus. Una labor esta, la de atender pacientes, hasta entonces basada en la compasión y sentimientos puramente religiosos.

De espíritu autodidacta se dedicaría a viajar por todo el mundo, por países como Francia,  Suiza, Grecia y Egipto, destinos en los que frecuentaba sus centros sanitarios y en donde adquiriría los conocimientos necesarios que acabarían por conformar las bases de la enfermería moderna, con una considerable mejoría del funcionamiento de los centros hospitalarios que, hasta entonces, carecían de higiene, en condiciones de insalubridad que en muchas ocasiones provocaban más muertes de las que trataban de evitar.

Defensora, convencida, de la conveniente formación del personal sanitario dedicado a dichas actividades, aprendiendo sus técnicas y desarrollando la observación (claro indicador de cómo se encuentra el paciente), teniendo en cuenta la reflexión (que aconseja qué es lo que hay que hacer) y la práctica (que señala el cómo hacerlo), adquiriendo con ello destreza que no es más que la experiencia necesaria para saber cómo actuar, cuando hacerlo y de qué manera.

En 1853 fue nombrada supervisora de las enfermeras del Instituto para el Cuidado de Señoras Enfermas, hospital londinense de caridad para mujeres sin techo, dotando aquel de agua caliente y una vez curadas y recuperadas, procurando su inserción laboral.

Su anonimato se desvanecía con el estallido de la Guerra de Crimea, ese año de 1853, en el conflicto desatado entre el Imperio Ruso, de la dinastía de los Romanov, contra la alianza conformada por el Imperio Otomano, Francia, Reino Unido y el reino de Cerdeña, cuando el secretario de guerra británico, Sidney Herbert, amigo personal de la familia, le pedía su ayuda para acudir a Turquía y atender a los soldados heridos (siendo aquella la primera vez, en toda su historia, que las mujeres formaban parte activa del Ejército).

Allí, a la base de operaciones de Scutari, llegaba junto a un equipo de treinta y ocho enfermeras (entre quienes se encontraban Sarah Anne Terrot y Anne Morton) para atender a los soldados británicos heridos, que se encontraban hacinados y en unas condiciones deplorables.

Lo primero que hizo fue garantizar la higiene de aquel hospital de campaña de Selimiye, junto al mar de Mármara, facilitando una mejor ventilación, limpiando sus estancias, y dedicando mayor esfuerzo en aquellos asuntos que, hasta entonces, habían sido considerados poco importantes.

De hecho, una de las principales razones del alto porcentaje de muertes de aquellos soldados en guerra no eran producto de las heridas sufridas, sino de la deficiencia o inexistencia de tratamientos de enfermería adecuados. Fue tanta la dedicación y vocación en su desempeño que Florence hasta por la noche visitaba a los enfermos haciendo uso de una lámpara para continuar con sus cuidados, siendo conocida desde entonces como “La Dama de la Lámpara”.

Regresó de Crimea enferma de fiebres tifoideas, pero ello no la desanimaría para aplicar en la sanidad todos aquellos conocimientos adquiridos. Gracias a sus estudios en matemáticas elaboraría el llamado “Diagrama de la Rosa” en el que en un gráfico venían estadísticamente representadas tres variables para ayudar a entender mejor las muertes de aquellos soldados, tiempo, en meses, la causa del fallecimiento y el número de muertes.

En 1860 fundaba la escuela de enfermería que llevaba su nombre, «Escuela de Entrenamiento y Hogar Nightingale para Enfermeras», en el hospital St Thomas de Londres, gracias a la aportación económica de la reina Victoria.

 Fue la primera mujer reconocida con la Orden del Mérito del Reino Unido, otorgada a personas que consiguen dejar huella en ámbitos tan diferentes como la ciencia, la literatura o el arte.

Cada 12 de mayo, en honor a su nacimiento, se celebra el “Día Internacional de la Enfermería”. Sirva esta pequeña contribución, como agradecimiento, a quienes dedican su vida al noble cuidado de los demás.

-“¡Mirad! En aquella casa de aflicción veo una dama con una lámpara pasar, deslizándose de sala en sala y lentamente, como en un sueño de felicidad, el mudo paciente se vuelve a besar su sombra, proyectada en las paredes”- [Henry Longfellow].

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